Los pensamientos nuevos generan movimiento y hay muchas personas que prefieren mantenerse rígidas. Se han endurecido por miedo a su propia libertad y su libre elección. Sin embargo, todo el mundo sabe que esta misma rigidez hace que las paredes se agrieten. Debe haber movilidad, siempre. Cualquier estructura debe tener cierta flexibilidad pues sino puede romperse. Todo el mundo conoce el principio de la elasticidad: el mástil de un barco no se parte porque se arquea; una goma elástica en buen estado no se romperá tan rápidamente como una que esté seca y rígida. Después de una tormenta, la caña de bambú se endereza, pero el árbol más poderoso cae, desarraigado. Todo el mundo lo sabe. Es un principio que gobierna también la mente humana. Tiene que haber elasticidad. Y en nuestra sociedad occidental, ¡hay tan poca! La gente permite que la sociedad los endurezca, haciéndoles inflexibles ante tantas reglas, leyes y patrones marcados por las expectativas de los otros. Por supuesto, deben existir las normas. Normas que permitan la máxima libertad, y que faciliten que cada persona sea más ella misma. Las reglas tienen que ser suficientemente inflexibles para ofrecer claridad y seguridad, pero los seres humanos no deben ser rígidos. Deben estar siempre en movimiento, tanto física como mentalmente, y tener la suficiente flexibilidad para absorber los golpes. Al igual que el mástil del barco, el edificio y la caña de bambú.
Demasiadas personas se han vuelto rígidas a causa de la sociedad. Ya no viven desde dentro, sobre la base de sus sentimientos, sino en función de su posición en la sociedad, según sus reglas, y están sujetos a patrones de expectativas sociales impuestos por otros o por ellos mismos. Y se vuelven inflexibles, auto-alienados. No tienen movilidad; no se curvan con lo que les sucede. Resisten hasta que se agrietan o quiebran.